¿Para qué retornan a su país los cuadros y
profesionales de Guinea Ecuatorial formados en el extranjero?
Por Wenceslao MANSOGO ALO 29/04/2017
El
régimen de Obiang promueve la ignorancia y alienta la fuga de cerebros.
Un país forma a sus
ciudadanos fundamentalmente para promover su desarrollo. Cuando se desarrolla
la política educativa nacional, cuando se crean escuelas, centros de formación,
universidades, etc., es para que la gente adquiera conocimientos y competencias,
y contribuya al desarrollo de sus sociedades, en un mundo en constante
evolución y de concurrencia cada vez más ruda. Formar a un universitario supone
una gran inversión, que se capitalizará aprovechando los conocimientos
adquiridos en provecho de la nación. La gente formada es un importante capital
para el desarrollo.
Sin embargo, la
experiencia de Guinea Ecuatorial, para los que hemos decidido retornar después
de nuestros estudios en el extranjero, nos demuestra que esta no es la visión
del señor Obiang Nguema, amo absoluto del país desde que desalojara a su tío
Macías Nguema mediante golpe de estado en 1979. A Obiang no le gusta la gente
formada. Ni la educación. Y lo demuestra. La educación y las personas formadas
representan un peligro permanente para su permanencia en el poder. Se acompleja
ante ellas. Si pudiera exterminar sin dejar huella a todos aquellos a los que
considera intelectuales, lo habría hecho sin el menor miramiento. Desde que
accedió al poder hace 38 años, no ha construido ni un solo centro de enseñanza
secundaria en Malabo ni Bata, las dos principales ciudades del país. Las
consecuencias son inequívocas en los resultados de la Prueba Nacional de
Selectividad. Por el contrario, ha construido o profundamente rehabilitado más
de veinte cuarteles militares en ambas ciudades. Y va pretendiendo irónicamente
por ahí que “más vale un pueblo culto que
uno rico” mientras él mismo, su esposa, su suegra, sus innumerables hijos,
sus cuñados y sus familiares próximos, dilapidan sin el menor escrúpulo toda la
riqueza de este país en el que actúan como dueños incuestionables.
Hasta hace poco no
había universidad en Guinea Ecuatorial. Y todos los estudiantes que terminaban
el ciclo secundario aspiraban a obtener una beca para estudiar en el
extranjero. Desde que se ha creado en 1995 la Universidad Nacional de Guinea
Ecuatorial, a imagen y semejanza de Obiang Nguema, no ha cambiado gran cosa.
Los estudiantes siguen queriendo y prefiriendo ir al extranjero, pues el nivel
y la calidad de la formación que ofrece nuestra universidad quedan muy por
debajo de los estándares internacionales. El reclutamiento de los enseñantes
obedece prioritariamente a criterios de fidelidad ideológica. No se admite como
profesores a los “opositores” y asimilados, por más brillantes y competentes
que sean. Inversamente, personas de dudosa formación son reclutadas como
profesores universitarios con tal de mostrar o expresar simpatía por el partido
político gobernante.
Pero no es cómodo
hablar de estas cosas. Porque generalmente, cuando, fuera de nuestras
fronteras, uno cuenta lo que sucede aquí dentro, el interlocutor se le queda
mirando como tomándole por un exagerado. ¿Cómo hacerle entender que no solo no
es exagerado sino que, además, la realidad puede y suele ser mucho más cruda?
Alfredo Okenve y
Enrique Asumu fueron detenidos el 17/04/2017 porque hacen lo que consideran
oportuno para su país; fueron detenidos porque se dedican a una actividad que,
para los que dirigen el país, va a contracorriente de la voluntad del régimen:
dirigir una ONG sin el necesario control o la anuencia del Gobierno. Y tanto
más cuanto que la actividad de dicha ONG tiene que ver con los derechos
humanos.
Ambos se formaron
en el extranjero y regresaron entusiasmados a su país para contribuir en su
desarrollo. Hoy les toca a ellos pagar por su preferencia nacional. Ayer fueron
otros. Mañana, sin ninguna duda, hablaremos de otros mientras perdure la
dictadura.
Alfredo Okenve es
licenciado en Ciencias Físicas por la Universidad Complutense de Madrid.
Regresó a su país en septiembre de 2001 para aportar los conocimientos que ya
poseía. Era su contribución al desarrollo de Guinea Ecuatorial. Ejerció como
profesor en eso que llamamos Universidad Nacional, antes de que lo echasen
porque no quería dejarse someter ni doblegar por la voluntad del régimen que
dirige el país. Después de vivir muchas vicisitudes y exclusiones, pasó a
ocuparse exclusivamente de la ONG que había creado: el Centro de Estudios e
Iniciativas para el Desarrollo (CEID). Desde su creación, CEID está en el punto
de mira del régimen como organización “non grata”, a perseguir y abatir.
Enrique Asumu es
médico; se formó en la Unión Soviética y, como Alfredo, también regresó a su
país para contribuir con sus conocimientos en la salvación de las numerosas
vidas que caen a diario como moscas en nuestro país. Como moscas. Es alucinante
la cantidad de personas que mueren cada día en las ciudades y poblados de
Guinea Ecuatorial “por largas
enfermedades que venían padeciendo”, según la fórmula consagrada. Enrique
Asumu fue destinado al Hospital General de Bata, la ciudad más grande del país,
pero las condiciones de ejercicio, de remuneración y de vida resultaron tan deplorables
que una actividad privada suplementaria se le impuso. Enrique es asimismo el
Presidente de CEID. El percance vivido ahora ha supuesto una dura prueba para él,
porque su salud, muy precaria, comporta un alto riesgo de degradación en
circunstancias adversas.
No hay razón lógica
que explique la detención de estas dos personas. Pero así actúa el régimen de
Obiang Nguema, ejemplo extremo de dirigente arbitrario, cuando persigue a alguien.
Y sin haberles ofrecido tal explicación racional, les exigen dos millones de
Francos CFA (>3.000 €) de multa a cada uno de ellos para que los dejen libres.
Multa, ¿por qué?
La historia de
Alfredo y Enrique se parece mucho a la mía propia. Después de graduarme en
Medicina y ejercer cierto tiempo en Francia, regresé a Guinea Ecuatorial en
noviembre de 1994, con este ánimo de ser por fin útil a mi país. En enero de 1995
empecé a ejercer con mucha energía en el Hospital general de Bata. Muy
rápidamente etiquetado de opositor, la represión se abatió sobre mí. La primera
señal, que no vi venir, fue la persistente difusión entre mis pacientes de
falsos rumores sobre mi probidad profesional; fui convocado a declarar ante los
servicios de Seguridad sin saber lo que había hecho. En otra ocasión, mi
salario (38.000 F CFA/mes = 57,92 €; sí, cincuenta y siete euros) fue retenido
en 1996 por no haber votado a favor de Obiang Nguema en las elecciones
presidenciales. Por la misma razón, fui echado una primera vez del hospital,
antes de ser readmitido un par de meses después. De paso, mi esposa fue también
despedida del puesto de secretaria bilingüe que estaba ocupando en una empresa
privada. La segunda vez que me echan del hospital, en 1999, fue la definitiva,
por opositor, en un país con grave penuria de médicos normalmente instruidos. Desde
entonces me las arreglo en libre ejercicio. Tuve que generar una actividad
profesional propia creando un pequeño centro médico bastante concurrido, que
dirijo hasta hoy y que el régimen siempre ha querido cerrar. Me encontré
desahuciado sin previo aviso en octubre 2001, debiendo encontrar con urgencia
un alojamiento de fortuna con toda mi familia. Más tarde, aquellos que me ofrecieron
alquiler eran intimidados y se retractaban. Sufrí bastante para encontrar un
alojamiento estable en Bata. El propietario del edificio que alquilaba para mi
actividad se encontró brutalmente en la cárcel, sin motivo aparente: debía
echarme para que lo dejaran libre. Compré una parcela de terreno en un barrio
de Bata, que vallé, y en la que tenía ya construida una casa de madera nueva y
una obra con material permanente en curso. El propio Obiang decidió extender su
palacio de unos cuatro kilómetros, hasta donde estaba mi parcela, y se la quedó,
sin compensación, así de simple: quia
nominor leo. No contento con este insoportable acoso, y para privarme de mi
herramienta profesional, fui groseramente acusado en 2012 de mutilar a una
paciente fallecida durante una intervención quirúrgica, enviado a la cárcel
durante cuatro largos meses, condenado al cierre de mi establecimiento y a no
ejercer mi profesión. De no ser por algunas reacciones persuasivas, estaría hoy
vendiendo panecillos en la calle.
Con el transcurso
de los años, mi familia había crecido, estaba arraigada y mi entusiasmo inicial
se había volatilizado, mientras esperaba la siguiente embestida del régimen de
Obiang Nguema. Cuando ocasionalmente viajo a Francia, vuelvo a vivir momentos
apacibles, mis compañeros me acogen con alegría y me ofrecen comodidades: son
profesores de universidad (en Guinea me rechazan porque soy opositor), grandes
investigadores, tienen vida estable, programada. Yo pude perfectamente haber
preferido la misma vida allá.
¿Tiene sentido,
pues, que uno vuelva a su país para vivir estas peripecias, exponiendo a veces
su vida? La respuesta lógica, después de un análisis sereno, sería no. Eso
explica que muchos guineanos opten por quedarse a vivir en el extranjero. Es
uno de los principales factores explicativos y justificativos de la fuga de cerebros de Guinea
Ecuatorial; la gente prefiere quedarse a vivir donde su formación es valorada y
puede llevar una vida “normal”. Pero es también, precisamente, lo que persigue
Obiang, para que no le hagan sombra mientras lleva tranquilamente a cabo sus lucrativos
negocios en Guinea Ecuatorial.
¿Qué porcentaje de
guineanos formados se queda en el extranjero? Este dato depende de muchos
factores: de qué época se trate, del grado de apego del interesado a su país,
del país formador, de los estudios realizados, etc. Pero todos los factores
confundidos, se puede estimar que este porcentaje ronda por encima de los 50%
desde que el país es independiente, coincidiendo con el inicio de las
dictaduras.
Vamos a tomar un
ejemplo que conozco bien: el mío. Salí de Guinea en 1980 con otros 14
compañeros para estudiar en Francia. Solo uno regresará a Guinea sin haber
conseguido hacer estudios universitarios. De los quince:
·
8 regresaron a
Guinea.
Dos han fallecido, uno de ellos de miseria; era ingeniero técnico formado en el
Instituto Universitario de Tecnología de Toulouse. Seis vivimos hoy en el país. De estos, uno es familiar de la
familia dirigente, 2 colaboran activamente con el régimen (tienen altas responsabilidades)
y los otros 3 se las arreglan. De estos últimos, dos son doctores (los únicos
del grupo), uno de los cuales se graduó en la Sorbona de París: un valor
totalmente infrautilizado.
·
7 se quedaron fuera
de Guinea.
Uno falleció. Los otros seis se
desenvuelven hoy en el extranjero. Uno de ellos intentó retornar a
Guinea, pero la presión sobre él fue tan tenaz que se resolvió a regresar al
exilio: es periodista.
Las promociones
siguientes a la nuestra presentan características similares.
Guinea Ecuatorial
es un país básicamente rico, que hubiera podido ampliamente tenerlo todo si sus
dirigentes lo hubiesen deseado. Esta riqueza ha hecho la desgracia del país:
por poseerla indefinidamente y a unos niveles innecesariamente elevados, el
Señor Obiang y familia han erigido un régimen extraordinariamente represor,
impresentable, corrupto y corruptor. El país vive sumergido en un desorden de
corrupción nepotista, de falta de valores y de retorno al primitivismo con el
resurgimiento de rituales macabros y ensalzamiento de la brujería.
De entre los
profesionales que retornan al país, en nuestro caso concreto, los hay que, por
miedo, ansias de poder, oportunismo circunstancial, intereses familiares,
políticos o económicos, creen necesario someterse y adherirse a estas
prácticas. Entonces se convierten en peligrosos colaboradores del régimen,
abierta o subrepticiamente, con consecuencias perniciosas para el país. Estos
retornaron sin convicciones firmes o con intereses calculados.
Otros, por el
contrario, privilegian los valores humanos, la probidad de la formación
recibida, la honestidad, la rectitud, la justicia, y entonces, se convierten
automáticamente en los “enemigos de la
patria con nefastas ideas importadas”. Si quieren vivir en Guinea Ecuatorial,
deben prepararse a sufrir. Estos son los que van a levantar conciencias, en
detrimento de su porvenir personal y familiar. Para eso han retornado a su país
y permanecido en él a pesar de la adversidad.
Con esta nota,
quiero saludar el coraje y el valor de Alfredo Okenve y de Enrique Asumu, animarles
y expresarles todo mi apoyo moral y mi solidaridad. Con su firmeza y
perseverancia frente a la dictadura, levantaremos más conciencias en el país.
Con esto y la actividad que ejercemos a pesar del régimen, habremos capitalizado
nuestro retorno al país.
Wenceslao Mansogo Alo
Doctor
de Estado en Medicina por la Universidad Jean Monnet de Saint-Etienne, Francia
Especializado
en Ginecología, Obstetricia y Medicina de la Reproducción
Diplomado
universitario de Medicina Tropical
Máster
en Ciencias Biológicas y Médicas en Estadística, Informática y Epidemiología
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